La exposición que presentan conjuntamente en sus sedes de León y Gijón las galerías Ármaga (galería que la representa desde 1999) y Espacio Líquido, en colaboración con la madrileña La Gran, reúne obras de la etapa más reciente de Teresa Gancedo. Una etapa que comienza en la década de los noventa. A partir de esta década su pintura se vuelve más vital, la paleta se aclara -aun conservando sus grisallas características-, trabaja muy a menudo en series modulares y se afirma la personal manera de Gancedo de ver el mundo y plasmarlo en pintura. Las obras de esta década suelen organizarse mediante ejes de simetría, incorporan collages o dibujos y las pinturas adquieren una libertad y personalidad patentes en su futura trayectoria. Empleando recursos plásticos del simbolismo y del misticismo ahonda en su memoria personal y en la psique colectiva a través de signos y símbolos tales como imágenes religiosas, populares o de la historia del arte, elementos vegetales, flores, pájaros y peces –a veces incorporando imágenes y objetos encontrados- y toda una panoplia de elementos aparentemente decorativos, alveolados, filigranas y formas orgánicas que hacen que el misticismo y ascetismo de su obra se acompañe de sensualidad y hedonismo.
En general, su producción se centra en el ejercicio de una pintura muy particular, aunque también incluye objetos, dibujos, grabados, instalaciones e incluso intervenciones en los elementos funcionales y el mobiliario de algunas casas como la de Juana Almirall, una de sus más fieles coleccionistas, en Granollers. Esta diversidad de medios expresivos empleados tienen en común no sólo una actitud y una estética, sino también la incorporación de humildes elementos cotidianos que integra en las obras y con los que fragua un universo creativo tan personal como universal y tan sencillo como poderoso.
Teresa Gancedo hace volver a la pintura al origen, ya no tanto por las referencias primitivistas o románicas de su trabajo, que las hay, como, y sobre todo, por el impulso y la función de dichas pinturas que entroncan con necesidades expresivas, mágicas y religiosas relacionadas con las propias preocupaciones humanas vinculadas a ritos animistas, simpáticos, votivos o propiciatorios: fertilidad, alimento, atracción de las fuerzas naturales benéficas, sintonía con la divinidad, bienestar espiritual, acciones salutíferas, beneficios vitales de todo tipo, etcétera.
Por eso, la obra de Gancedo está llena de referencias y evocaciones, recuerdos, resonancias e invocaciones de algunas de las experiencias vitales y estéticas de su infancia vivida en un pueblo de la montaña leonesa. Todo ello va apareciendo en su obra hasta dejarla cargada y teñida por su particular visión que aquilata un lirismo vitalista, íntimo y hasta melancólico.
[Adaptación del texto de Manuel Olveira con motivo de la exposición de Teresa Gancedo en el MUSAC (2018)]