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Bosque Roibal
Nacido en el archipiélago balear, Daniel Roibal (Palma de Mallorca, 2001) inició allí su particular periplo vital y artístico: casi como si fuera un griego antiguo arribó a infinidad de lugares de donde extrae los argumentos de su pintura, académicamente aderezada en el Reino Unido, donde reside.
Pese a su juventud, Roibal ha logrado pronunciar un discurso plástico bien trazado, como el claro que se abre en un bosque semejante a aquellos con los que se encontró en la primera parada de su viaje: bosques costarricenses, inicial paraíso perdido, en mitad de un mundo natural en franca extinción, del que logra extraer toda su energía plasmando únicamente, no tanto el paisaje concreto como un registro sensorial derivado de su experiencia en él.
Así que sus telas, a veces linos crudos, rezuman un cromatismo voraz que no hay que buscar en esos retazos vírgenes perdidos sino en las sensaciones que le producen: al final, pese a las amenazas y retrocesos, es mucho más fuerte la vitalidad que nos ofrecen, o mismamente la voluntad de atravesarlos.
Su obra saturada y vibrante es como un collage sensitivo, producto de una desenfrenada superposición de manchas y trazos entre los que asoma, ya en la linde de ese reino natural de gestos y signos, la silueta de algunas formas concretas, casi vegetales, casi lógicas: todo es como un verano sin interrupción en un movimiento espontáneo y fértil, en suma, para él, un espacio en que estar y pensar.
Juan Carlos Aparicio Vega