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Pulsión animal: María Cobas + Elleny Gherghe

Del 18 de febrero al 1 de abril de 2022

Felices años 20 del siglo pasado. Europa se va recuperando, a duras penas, del desastre que había supuesto la Primera Guerra Mundial. En este contexto, nace de mentes «brillantes» el movimiento surrealista que, al menos en sus inicios y a pesar de las ínfulas de superación de la realidad tremendamente deshumanizada que había dejado la contienda, identificaba a la mujer, en el mejor de los casos, con las fuerzas y poderes regenerativos de la naturaleza, con los instintos más primitivos que la humanidad conserva de su pasado animal y, por si fuera poco, consideraba su cuerpo como un objeto/lugar mágico en el que se proyecta el deseo erótico del hombre.

Efectivamente, la objetualización de la mujer en el surrealismo no fue un hecho casual. En la época hacían estragos las teorías de Sigmund Freud que, entre otras perlas, sostenían que el sexo femenino distrae al hombre, alejándolo de sus tareas intelectuales e impidiéndole pensar con claridad. Las mujeres -sigue el lacerante Freud- viven en un estado de arrebato y de ansia de realización permanente debido a la envidia que les causa la ausencia de pene, que es símbolo de superioridad masculina. La mujer necesitaría, por tanto, un dueño (varón) para sentirse realizada. Con estas bonitas premisas, no es extraño que el grupo de André Breton, muy afín a los postulados del padre del psicoanálisis, admitiera a muy pocas féminas en sus filas. La presencia de la mujer en el surrealismo no sólo fue minoritaria, sino que su realidad fue mistificada y sus logros artísticos prácticamente silenciados. A las artistas surrealistas no les quedo otra que declararse independientes desde el principio. ¡¡Y muy bien hecho!! Porque… ¡¡nefasta avanzadilla la que nos aportó la oficialidad del último ismo de las primeras vanguardias en lo que respecta a tal significativa cuestión!!

Un siglo después, sin salirse de los márgenes del surrealismo, la autoimagen de la mujer se ha convertido en un diálogo a corazón abierto entre el sujeto socialmente autoconstruido que ha llegado a ser y las poderosas fuerzas de la vida instintiva. Es decir, no se rechaza la naturaleza de pulsión animal implícita en todos los seres humanos, pero si se ataca con vehemencia la teoría freudiana y se aniquilan por completo los tintes románticos (por utilizar un eufemismo) que el hombre atribuía a la mujer como cosa esencialmente orgánica y misteriosa. Afortunadamente, con la ayuda del revisionismo feminista de los años 60 y 70, se ha podido devenir de un cuerpo fetichizado por el hombre a un cuerpo político hecho por la mujer.

La galería Espacio Líquido muestra en esta exposición dos ejemplos rotundamente actuales de esta revisión estético-política.

Elleny Gherge (Comănești, Rumanía, 1994) se apoya en la belleza de la naturaleza para representar a una mujer como arquetipo de un tiempo ya pasado que parece querer huir del rol que le ha sido asignado para fusionarse con la vegetación y los animales buscando una existencia, quizá, más amable. La soledad, la quietud o la sutil aleación humano-animal-naturaleza que proyectan sus pinturas evoca ese halo espectral tan típico en las corrientes que vienen directas del surrealismo histórico. En su obra también pueden advertirse ecos lejanos del genialoide manierista Giuseppe Arcimboldo y una resolución con toque marcadamente magrittiano. Partiendo de estos referentes, entre otros muchos, lo que queda claro es que Elleny se encuentra en un camino iniciático, en una deriva de experimentación, que hurga en sus propias vivencias y en las de su tierra para mostrarnos una realidad donde se hace urgente la empatía con el entorno no-humano que nos rodea.

Por otra parte, María Cobas (Coruña, 1982) nos presenta a una mujer ya plenamente autoconstruida como tal, presa -¡como todo dios!- pero tomando partido en una realidad tecno-capitalista avanzada. La hibridación corporal (mujer-animal) viene rodando desde tiempos atrás y servía (y sirve aún hoy) como metáfora para hablar de una sociedad en continua metamorfosis donde adaptarse o morir son caras de una misma moneda. María retoma la temática y la metáfora mediante un estilo a caballo entre lo cómico, lo mágico, lo alusivo, la vanitas y la evasión. Sus personajes, constreñidos en cubículos inquietantes, son la representación de la transgresión de las fronteras tanto espaciales como corporales. Son mujeres-cyborg animalizadas, a manera de la Haraway, que evidencian la ausencia de límites que se da hoy en día entre lo natural y lo artificial, y reivindican la necesidad de conciliación con lo animal. «…todos somos quimeras, híbridos teorizados y fabricados de máquina y organismo; en una palabra, somos Cyborgs. El Cyborg es nuestra ontología, nos otorga nuestra política», escribía la brillante, ahora de verdad, Donna Haraway. Juan Llano Borbolla Mayo, 2023.

 

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